Porque acabamos con lágrimas de cocodrilo
secas de la rutina
y tiramos los besos
al badén de la autovía
entre atardeceres acelerados
llenos de palabras sin voz
y caricias sin manos.
Allí
donde las gotas de sudor se congelan
y caen por nuestras espaldas
una
a
una
buscando el suelo
llamadas por la gravedad
rompiéndose en pedazos.
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